Existe una
anécdota, quizás falsa, que dice que en un encuentro entre Alejandro Dumas y su
hijo, el autor de El conde de Montecristo
le preguntó a su descendiente:
–¿Ya leíste
mi última novela?
A lo que
el hijo respondió sarcásticamente:
–Yo ya, ¿y
tú?
Es bien
sabido que Dumas tenía un ejército de asistentes que esbozaban sus novelas. Él,
después, con su pluma maestra, les daba su toque, el toque Dumas, y las firmaba
como enteramente suyas. Desde entonces y hasta la actualidad tal procedimiento
ha sido muy cuestionado. Algunos, sin embargo, no lo encuentran en absoluto inmoral. Alegan que
es como si un escultor fuera cuestionado porque alguien le proporciona el mármol
que usará para crear una escultura.
Yo creo
que esa analogía del escultor no viene al caso, porque a Dumas no sólo le
proporcionaban el mármol, en realidad a su obra le daban varias cinceladas. Su labor
era prácticamente la de un crítico que después de analizar una obra sugiere
correcciones. Dumas en esas correcciones ponía su parte, lo cual, desde luego,
constituye apenas un mínimo porcentaje en la coautora.
Otra anécdota que demuestra un poco el no siempre recto proceder de Dumas, la brinda su fuente de inspiración para Los tres mosqueteros, un libro que contenía las memorias de un tal D'Artagnan y que él sustrajo de la biblioteca pública de Marsella. Jamás lo devolvió. Incluso la ficha de préstamo continúa allí sólo como una reliquia, porque es poco probable que un descendiente de Dumas se presente un buen día a devolver el libro.
Otra anécdota que demuestra un poco el no siempre recto proceder de Dumas, la brinda su fuente de inspiración para Los tres mosqueteros, un libro que contenía las memorias de un tal D'Artagnan y que él sustrajo de la biblioteca pública de Marsella. Jamás lo devolvió. Incluso la ficha de préstamo continúa allí sólo como una reliquia, porque es poco probable que un descendiente de Dumas se presente un buen día a devolver el libro.