jueves, 13 de diciembre de 2012

Alejandro Dumas y la fábrica de novelas



Existe una anécdota, quizás falsa, que dice que en un encuentro entre Alejandro Dumas y su hijo, el autor de El conde de Montecristo le preguntó a su descendiente:
–¿Ya leíste mi última novela?
A lo que el hijo respondió sarcásticamente:
–Yo ya, ¿y tú?
Es bien sabido que Dumas tenía un ejército de asistentes que esbozaban sus novelas. Él, después, con su pluma maestra, les daba su toque, el toque Dumas, y las firmaba como enteramente suyas. Desde entonces y hasta la actualidad tal procedimiento ha sido muy cuestionado. Algunos, sin embargo, no lo encuentran en absoluto inmoral. Alegan que es como si un escultor fuera cuestionado porque alguien le proporciona el mármol que usará para crear una escultura.
Yo creo que esa analogía del escultor no viene al caso, porque a Dumas no sólo le proporcionaban el mármol, en realidad a su obra le daban varias cinceladas. Su labor era prácticamente la de un crítico que después de analizar una obra sugiere correcciones. Dumas en esas correcciones ponía su parte, lo cual, desde luego, constituye apenas un mínimo porcentaje en la coautora.
Otra anécdota que demuestra un poco el no siempre recto proceder de Dumas, la brinda su fuente de inspiración para Los tres mosqueteros, un libro que contenía las memorias de un tal D'Artagnan y que él sustrajo de la biblioteca pública de Marsella. Jamás lo devolvió. Incluso la ficha de préstamo continúa allí sólo como una reliquia, porque es poco probable que un descendiente de Dumas se presente un buen día a devolver el libro.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

La calentura senil de Philip Roth


                                          Titulo: El animal moribundo
                                          Autor: Philip Roth
                                          Año de publicación: 2001

He leído recientemente El animal moribundo, una novela de Philip Roth que trata sobre los últimos polvos de un hombre envejecido, y la certeza que tiene éste de que sí, en efecto, son los últimos. La resignación le resulta más difícil debido a que ése precisamente, el de follar, ha sido su mejor pasatiempo durante su larga vida. Y por si eso fuera poco, todavía le queda despachar con dignidad a una despampanante cubana que se bambalea encima de él con toda la energía de su juventud.
El anciano en cuestión es un culto profesor llamado David Kepesh que no ejerce la docencia por amor a la sabiduría, sino para estar cerca de jóvenes universitarias y llevárselas a la cama tras una seducción sustentada en su imagen de hombre culto.
Kepesh presume de su larga trayectoria como seductor de alumnas. Es un experto  en marearlas con su experiencia, pero la virilidad se pierde, llega en la vida un momento en que el falo ya no es capaz de enderezarse, aunque el cerebro la mande la orden con carácter de urgente. Kepesh sabe que está en las últimas cuando al iniciar un curso se sienta frente a él la buenísima cubana-estadounidense Consuelo Castillo.  
Cuando llega el momento planeado por Kepesh en que están a solas y él puede ponerle las manos encima del culo, Consuelo le advierte que nada serio puede haber entre ellos. Ingenuidad de juventud, piensa el viejo calenturiento. ¿Acaso él quiere una esposa, una pareja estable, tener hijos a los cuales ir a corretear al parque, como si no fuera poco el tiempo que tendrá el alma pegada al cuerpo?
Seducir a la hermosa cubana al maestro le resulta fácil. Es una cierva caminando en el hielo para un cazador experimentado. Pero satisfacerla, ¿le resultará igual de fácil? Kepesh sabe que no, pero tampoco puede retirarse una vez que la tiene a su disposición. Sus recursos son pocos, le es necesario dosificar su rendimiento, sustituir la virilidad con la experiencia en la medida de sus posibilidades y en la medida que ella se lo permita, porque tampoco puede reprimirle sus acelerados movimientos tan propios de su juventud.
Kepesh es como un soldado que sólo cuenta con una bala en su arma. Se cuida de no gastarla antes de ganar terreno, no puede darse el lujo de tener un orgasmo porque sólo dispone de uno para apaciguar la intensidad de la joven cubana. Si se le escapa el tiro antes de tiempo estará perdido.
En resumen, una típica y agradable novela de Roth llena de belleza literaria y de defectos. Porque Roth, tan grande como pocos y merecedor del Nobel de Literatura, también es capaz de meter la pata y en esta novela lo hizo más que en otras.